Notas ante el Bicentenario de la verdadera independencia de Centroamérica. Anarella Vélez Osejo.

julio 8, 2023 at 3:33 pm (Uncategorized)

Anarella Vélez

El 15 de Septiembre de 1821, las antiguas provincias que integraban el Reino de Guatemala se autoproclaman libres del dominio de la Corona Española. Sin embargo, el régimen gubernativo no cambió sustancialmente,  se mantuvieron las  autoridades y funcionarios públicos españoles en sus respectivos puestos, con la condición de trabajar por el nuevo país independiente. La crisis económica y política después de la firma del acta de Independencia obliga a los Estados recién emancipados a aceptar la propuesta del Imperio de Agustín de Iturbide de anexarse a México, la cual es aceptada por la Junta Gubernativa de Guatemala encabezada por Gabino Gaínza, confirmándola el 5 de enero de 1822 ante la oposición de San Salvador. Tras la caída del Emperador Iturbide surgió el clima propicio para recobrar la independencia absoluta y triunfa la propuesta de organizar  la Federación Centroamericana, la cual declaró mediante Decreto del 1º. de julio de 1823, su absoluta independencia no solo de España y México, sino de cualquier otra nación que quisiera someterlos, a partir de ese momento adopta el nombre de Provincias Unidas del Centro de América, integradas por Guatemala, San Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.

Por múltiples razones, el progreso de nuestro país depende de que, como ciudadanía, sepamos recordar y comprender nuestros procesos históricos más cruciales. Nuestra Independencia es la fiesta cívica suprema de Honduras precisamente porque nos recuerda que los cambios que necesitamos emergen del trabajo conjunto y organizado de los integrantes de una nación en pro de una meta común, y a esto debemos nuestra existencia como un país soberano. De este hecho histórico y de las luchas de nuestros próceres emancipadores aprendemos que la más elevada condición de la voluntad humana se desprende de considerar el bien común como principio central en nuestros emprendimientos personales. Ese es el fundamento de una democracia que prospera.

Los retos que enfrenta hoy Honduras para asegurar el bienestar de su población son, como en la época de la Independencia, realmente enormes. En realidad se ha tratado de una constante de nuestra historia: la necesidad de cambios apremiantes y urgentes en Honduras es evidente, pero igualmente debemos reconocer que quienes los abanderan han encontrado una resistencia férrea de parte de sectores anclados en el pasado. El proyecto democrático reformador en la Federación Centroamericana fue antagonizado por potentados e instituciones que se habían beneficiado de la colonia española y pretendían preservar este sistema, y fue inevitable que las Repúblicas de la Federación heredaran en parte el radicalismo y la injusticia del imperio conquistador. En cierta medida, ese radicalismo tradicionalista ha subsistido en Honduras hasta la fecha, y es por ello que solo los reformadores más brillantes han logrado impulsar un progreso social significativo en puntos clave de nuestra historia. Tal y como pensamos inmediatamente en Francisco Morazán al evocar esta imagen, quisiéramos que los hondureños resaltaran otro punto histórico en su memoria, el momento en que se aprobó el sufragio universal en 1955 gracias al activismo del movimiento de mujeres organizado, liderado por varias de las mujeres más brillantes de nuestro pasado. A partir de este momento la mujer comienza su plena integración en la vida cívica de nuestro país, para beneficio de la población completa.

Pero hoy es innegable que los hondureños no podemos permitirnos seguir esperando la emergencia de nuevos movimientos históricos; hoy la superación de nuestras dificultades depende de que seamos capaces de plasmar como nación toda nuestra voluntad democrática y que las grandes mayorías se involucren en la defensa de su interés común. Como gobierno, tenemos esta claridad y nuestra esperanza es ser los facilitadores de este proceso; hemos trabajado en ello desde mucho antes de llegar al poder. Nos orienta la certeza de que la herencia que nos han dejado las brillantes mentes que dirigieron nuestra Independencia es el temple democrático, y que este está hoy más vivo que nunca en el corazón de las y los hondureños. 

A 200 años de la firma de nuestra verdadera independencia  y del nacimiento de la Federación Centroamericana, quedan los retos de mantener vivos en nuestra memoria colectiva las luchas realizadas por nuestras y nuestros ancestros pues sin duda alguna han afianzado nuestra identidad, robustecido nuestros valores y han fortalecido la nación. Urge mantener viva la esperanza. 



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